13 de enero de 2013

El Renacimiento penetra en España a través de la maravillosa cúpula de la Catedral de Valencia.



Uno de los hechos más relevantes de nuestra historia artística es que la introducción del Renacimiento pictórico en España se realizó por nuestra tierras. Y arrancamos de la Catedral de Valencia, gótica, cuando, el  21 de mayo de 1462, una bengala despedida por la “palometa” que representaba el Espíritu Santo descendiendo desde lo alto del cimborrio quemó en los paños que enmarcaba el artístico retablo de madera y plata que lo ornaba y ello ocasionó la pérdida de toda la decoración del ábside y las pinturas al fresco de su bóveda. Al llegar a la ciudad su Obispo, el valenciano Don Rodrigo de Borja, futuro Papa Alejandro VI, se empeñó en que su catedral brillase con el esplendor del nuevo arte que estaba renaciendo en Italia y para ello trajo consigo a los pintores Francesco Pagano, natural de Nápoles, y a Paolo de San Leocadio, natural de Reggio en Lombardía. A ellos se les encomendó  pintar al fresco en cada uno de los entrepaños de los canecillos de la bóveda gótica del presbiterio unos ángeles vestidos y portando unas alas doradas y pintadas con bellos colores. 
Esta maravillosa obra, una de las maravillas del primer Renacimiento, desapareció en el siglo XVII cuando en el año 1674 el Arzobispo Luís Alonso de los Cameros, con el ánimo de restaurar la capilla con aires barrocos, encargó la obra a Juan Pérez Castiel. Esta actuación  hizo desaparecer las pinturas del ábside, pero los ángeles de la bóveda fueron ocultados milagrosamente por una nueva cúpula que arrancaba unos ochenta centímetros por debajo de la anterior del siglo XIII. Cuando se acometió en el año 2003 la restauración de la Capilla Mayor, aparecieron felizmente a través del agujero dejado por el soporte de una pieza móvil los diez grandes ángeles sobre un fondo azul deslumbrante de estrellas que rodeaban a la desaparecida clave con la imagen de madera de la Asunción de la Virgen, tocando instrumentos musicales y mostrando una belleza que asombraba tanto como el buen estado de conservación en el que estaban.